Habiendo pasado más de una semana de las segundas elecciones en España, la situación se torna fría e incluso más que fría, gélida. Los que fueron rivales ahora están obligados a entenderse para que se pueda formar un gobierno. Los que usaron de defensa entre ellos los problemas que acarreaba cada partido, los que se echaron en cara en cada debate lo mucho que hicieron o lo poco que eso se había notado en la sociedad, los que convirtieron la corrupción en un toma y daca de sinsentidos para evitar hablar de sus políticas dedicadas a la ciudadanía, se sientan para llegar a un acuerdo. Y no les debe costar mucho trabajo pues se han pasado la campaña usando las mismas armas del contraataque y desprestigio al adversario cambiando el nombre del receptor. Porque en campaña todo vale. Cualquier mentira repetida a diario por medios de comunicación se convierte en una verdad absoluta de la que nadie puede defenderse.
Y qué curiosos esto, que tras años de bipartidismo, de ‘váyase’ o de ‘talantes’ nos encontremos con que el ataque se desvía hacia otro lado, en un todos a una (sin ser España Fuenteovejuna) contra un solo partido. Y lejos nosotros de cultivar una opinión propia, nos gusta que nos la den hecha, porque así tendremos más tiempo de ver si una tonadillera tiene o no novio. Nos tragamos las palabras de contertulios que aunque no lo sepamos, están mirando por sus intereses propios, cosa loable en todo caso, que deberíamos hacer los televidentes.
Nos han contado historias de cuando mis abuelos no sabían ni andar, para darnos miedo mientras bajo su manta escondían robos, extorsiones y cosas peores que puede que nunca lleguemos a saber. Nos hemos dejado manejar por un ‘pastor’ alemán, que poco tiene de amigo del hombre. Nos han dejado sin correa y no nos hemos escapado a leer y a reflexionar. Y como no, hemos hecho lo que nos han obligado a hacer, nos hemos tirado a la piscina con la nariz tapada, a ver si esto acababa pronto y podíamos seguir viendo como cuatro famosillos sobreviven en una isla. Y mientras, nuestros amos y señores orgullosos de que sigamos siendo un rebaño tan obediente y servicial, que no se queja cuando deja a sus hijos sin leche ni educación. Porque es mejor no tener y saberlo, que no saber si vamos a tener.
Y ahora a toro pasado, ¿qué? Ya no sabemos nada de ese país muerto de hambre, ni de ese fantasma comunista que quería robarnos la libertad, ni mucho menos de esas promesas que se hicieron en campaña. Porque como buen país de pandereta, nos rendimos ante una fiesta y olé aunque ese olé vaya por todo aquello que ya no tendremos.
Teresa Borondo Rodríguez